domingo, 17 de septiembre de 2017

Una reflexión sobre la tristeza y la esperanza.


Tristeza y Esperanza

El silencio era constante. El traqueteo de la calle se había olvidado. En el aire se notaba un cambio, apresuró su paso sabiendo que ya debería estar encerrada en su casa, con la puerta cerrada. Había pasado ya la hora del toque de queda. Faltaban sólo diez metros para llegar a su casa. Apresuró el paso, las manos le temblaban cuando buscó las llaves. En un mundo en blanco y negro, la noche era más siniestra. Ella no recordaba los colores, habían desaparecido mucho antes de su nacimiento. Blanco y negro. Negro y blanco. A veces le gustaba imaginarse cómo sería el color rojo, su madre siempre decía que había sido su color favorito, tan vivo, tan puro.
El mundo había dejado de tener colores hacía cincuenta años. Ella sabía que los colores existían, pero el mundo se había vuelto arisco, un lugar frío dónde vivir. Todas las mañanas se despertaba a la misma hora, se duchaba, desayunaba, cogía sus cosas y se iba al trabajo. Entraba en su minúsculo despacho, atendía a sus obligaciones laborales, iba a comer a su hora y siempre pedía lo mismo. Chocolate y leche. 
Sabía que habían existido otros colores, otros alimentos, que todo había sido diferente años atrás cuando el mundo todavía estaba lleno de vida, cuando los Gobernantes se preocupaban realmente por la gente, antes de la última guerra.
La última guerra había sido devastadora, por un lado el líder de Esperanza y por otro el de Tristeza. Los dos se habían enfrentado en una cruel batalla, al final de la misma el mundo se había dividido. En un lado estaba Esperanza y la gente que vivía en ella y en el otro estaba Tristeza. Hacía años que la gente de uno y otro país habían dejado de relacionarse.
 Ella no comprendía la razón, hacía más de cincuenta años que su madre no veía a algunos de sus hermanos y no conocía a alguno de sus tíos. Tampoco a su padre o a su abuela.
Cuando el mundo se había dividido unos y otros habían acabado en un lado de la barrera. Abrió la puerta de su casa a tiempo y miró el cielo gris, suspiró y entró en su hogar.
El tiempo pasó, tenía setenta años cuando los líderes de Tristeza y Esperanza firmaron un tratado de paz.
El mundo recuperó el color y ella comprendió que, donde había Tristeza, siempre había Esperanza. Las dos eran caras de una misma moneda y había que abrazar a ambas.

FIN

Debo reconocer que cuando empecé a escribir esta breve reflexión no sabía muy bien por dónde iban los tiros. Me puse a escribir con la mente en blanco, dejando a mis dedos guiarse ellos mismos en el teclado del ordenador y, al final, esto es lo que me salió.
Siempre he creído que la Tristeza y la Esperanza van unidas, así que supongo que por ese motivo he redactado esta pequeña historia. Me ha quedado más filosófico de lo que pretendía, probablemente no es de los mejores relatos que he escrito, pero por alguna razón me apetece dejarlo así. No sé, quizás porque a veces es necesario recordar que la Esperanza siempre está ahí, incluso cuando el mundo se nos viene encima y debemos mantenerla guardada en nuestros corazones, del mismo modo que la esperanza quedó en el fondo de la caja de Pandora cuando todos los males se liberaron sobre el mundo. 
A mí me ocurre últimamente que veo que nuestro mundo se está consumiendo a sí mismo. El hombre se está devorando entre sí y resulta difícil ver cómo pueden arreglarse las cosas. 
En España últimamente tenemos muchos problemas a causa del separatismo de Cataluña. En Corea del norte el líder amenaza con lanzar misiles de hidrógeno. En Estados Unidos Trump canta lo de "Estados Unidos Primero" mientras en su familia hay varios casos de corrupción y, desde mi punto de vista, no se puede decir "Estados Unidos Primero" y luego preguntar si se puede perdonar a sí mismo, no es sospechoso, ni nada. En Europa tenemos heridas recientes con los atentados de las Ramblas y políticos que se han aplicado el cuento de Trump y piensan "Cataluña primero" y se dedican a sacar pancartas contra España en una manifestación por la memoria de los fallecidos en las Ramblas. 
Así que sí, estoy triste, porque pensaba que el ser humano era más inteligente, al menos lo bastante para saber que una guerra no es buena, que hay preocuparse por el interés de todos y no sólo de uno mismo y, sobre todo, que hay que respetar a los demás y no sólo hacer lo que a uno le da la santa gana sin tener consecuencias. Aún así, mantengo la esperanza. Esperanza de que somos más de lo que aparentamos, que somos capaces de escucharnos unos a otros y no pensar en destruírnos entre nosotros.
Sí, lo sé, es ingenuo por mi parte, pero como he dicho, mantengo la esperanza.
Al final, es la Esperanza la que sigue en el fondo de la caja de Pandora, esperando, sabiendo que la vamos a necesitar más que nunca.
 Nos vemos en el próximo Tejedora e Hilandera de sueños.
 

 



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