ÁNGELA
No supo cómo, ni por qué,
cuando se dio cuenta ya se encontraba en el avión, había tomado la decisión más
importante de su vida.
Dejar
todo atrás y empezar desde cero, desde el principio.
Como si su matrimonio no
fuera más que un mal sueño y las cosas no hubieran cambiado desde que había
dejado su casa en Galicia veinte años atrás.
Volvería a
estar con sus abuelos, las cosas irían mejor.
Ella era una escritora de
treinta años y se había pasado los últimos cuatro años de su vida atada a un
marido, Ernesto. Cuando lo conoció pensó
que sería el hombre de su vida así que no dudó en poner todas sus armas de
seducción a trabajar y estuvieron juntos hasta que él le pidió matrimonio. Creyó que era lo más hermoso que le iba a
pasar en la vida, no supuso que esa felicidad sólo duraría un año. Ernesto era un mujeriego, se lo habían
advertido, pero decidió ignorar lo que sus amigos le comentaban a cada paso,
estaba ciega de amor. Él había
gastado todo el dinero que ella ganaba con sus libros en otras mujeres, lo tuvo
que coger un día, en su propia casa, con su mejor amiga del trabajo.
Los echó a patadas y decidió volver a
Galicia, quería empezar de cero, que él
desapareciera de su vida y que con él se fuera a tomar viento toda su mala
suerte.
A medida que el avión se
alejaba del ruidoso Madrid su corazón chillaba que volviera a su lugar de origen, que regresara
a la tierra que la había visto nacer, al mar en el que estaban sus raíces.
En su cabeza el alma
celta deseaba retornar al lugar donde estaban sus inicios, creyó oír en su
interior una voz que le decía “Vuelve, vuelve a casa. Al mundo del que
provienes, Niam”.
Niam
se sentía en el cielo, siempre había oído que había una nube negra de
contaminación que cubría el cielo de Madrid y por primera vez en su vida se
percató de que era así. El avión surcó las nubes y tan sólo vio las luces de la
gran ciudad madrileña que quedaban bajo
sus pies, la atronadora ciudad se fue alejando poco a poco.
Ese momento se convirtió
en el adiós definitivo a Ernesto y también a su vida.
Desde
ese día sería una más, no la célebre escritora en la que se había convertido
con un gran esfuerzo, ya no podía seguir soñando con preciosas e ideales
historias de amor, era el fin del romanticismo y la vuelta a la cruel realidad
después de cuatro años en ceguera.
En
su vuelo de Bussiness, mientras servían los aperitivos y bebidas, se preguntaba
qué sería de ella, cómo la recibiría el lugar que la había visto partir veinte
años antes y se preguntó que sentiría tras veinte años de ausencia.
Los primeros días los
pasaría en un hotel, pero su intención era comprar una hermosa casa de piedra
como la de sus abuelos y vivir al lado
del mar, era lo único que tenía claro de su regreso a las raíces celtas, que
ocultas, aún continuaban metidas en su alma. El
pasado ya no le preocupaba lo más mínimo, lo único que la podía asustar era el
incierto futuro que le aguardaría en el mar gallego.
Y eso es todo por hoy, me despido con una frase de Tomas de Kempis, un canónigo agustino.
"He buscado la felicidad en todas partes, pero no la encontrado más que en un rincón, con un libro."
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