Fue
consciente de que su paso era definitivo, no quería que las cosas fueran
sencillas como antaño, lo único que deseaba era empezar de cero y volver a
ascender.
Había perdido las
ganas de luchar mucho atrás, pero supo
que las recuperaría, eso sería un reto y debía hacer frente a él con toda su
fuerza de voluntad.
Mientras oía el zumbido del avión se
recreó en sus recuerdos infantiles.
Le llegaron imágenes de su abuela cogiéndola en brazos,
en el colo como le solía decir Segunda,
y su abuelo enseñándole a pescar, una fiesta a la orilla del mar, el abrazo de
su madre al hacer la primera comunión, eran remembranzas que no habían vuelto a
su cabeza desde veinte años
atrás y se sintió conmovida por la capacidad del hombre de recrearse en
rememorar su pasado.
Recordó
a su padre, a su madre y a sus hermanos,
quienes se habían quedado en Madrid, en esa ciudad gris que desde el aire le
parecía triste, melancólica.
Una ciudad, que por
primera vez en veinte años, se percató de que no le gustaba.
Había
dejado a su esposo y su trabajo, no
tenía ni idea de a dónde se dirigía, sólo pensaba en que deseaba estar allí lo
antes posible.
El
avión descendió al aeropuerto de Santiago de Compostela.
Cogió
su equipaje, su ordenador portátil y las
llaves de su coche que llegaría al día siguiente de Madrid.
Se
dirigió a la puerta B y se extasió al contemplar a sus abuelos en un abrazo y a
sus tíos en otro. Con los ojos empañados en lágrimas se dirigió corriendo a sus
abuelos, Segunda y Manuel y se abrazó a ellos. Le pareció que esos ancianos
eran piedras fuertes que la aferraban a la vida y le daban un nuevo sentido a
la misma.
No
hablaron prácticamente nada en el trayecto hasta casa de los abuelos.
Al
llegar a la gran casa señorial, los tíos y la prima de Niam se despidieron.
Al entrar en el hogar de
su familia, el jardín la recibió cargado
de rosas, amapolas y tulipanes, la brisa
marina resonaba en las paredes del viejo palacio llenado el hogar con su olor.
Las vistas desde la casa eran increíbles y Niam, no pudo evitarlo, se preguntó
por qué había estado tanto tiempo lejos de sus raíces.
Se
apresuró a subir la escalera y se dirigió al cuarto donde dormía cuando todavía
era pequeña. Era un dormitorio grande, con una cama victoriana, un tocador de
la época rococó y unas mesillas del S.XVIII.
Abrió
el escritorio de principios del S.XIX y entre un montón de papeles encontró el
primer cuento que había escrito, justo en esa misma habitación con nueve años,
el papel tenía un color amarillento y la letra era casi ilegible.
Sonrió
hacia su hallazgo y luego observó a sus abuelos.
-
¡Lo habéis guardado!
-
Tú nos dijiste que lo conserváramos, porque algún día valdría una fortuna. –
Habló su abuela.
-
Cuando sea la mejor escritora de todo el mundo podréis decir que soy vuestra
nietita.- Concluyó Manuel.
-
Sólo tenía nueve años, no podía saber si mi sueño se haría realidad.
-
Confiábamos en ti.- Segunda y Manuel se aproximaron a su nieta y la rodearon
con sus brazos.- Nos alegra que nunca hayas desistido al intento de hacer
realidad tu sueño.
-
Gracias por confiar en mí.
Hacía
mucho tiempo que nadie confiaba ya en mí…
-
No, prefiero pasear por la playa un rato y pensar...
-
De acuerdo.- Los abuelos se alejaron, Niam cogió una chaqueta gorda de su
armario y caminó hacia la playa.
En el trayecto de ida,
por primera vez, se percató de lo que había hecho y las consecuencias que esto
traería.
A
las diez y cuarto de la noche llegó a la playa. El sonido del viento le traía
recuerdos de su infancia y supo que nunca debería de haberse ido. Su hogar
estaba en ese pequeño pueblo de la costa gallega, en esa tierra de la que ya
formaba parte su familia desde tiempos
imperecederos, la época de los celtas.
Niam[i], la
del cabello dorado, había regresado.
Se
sentó en la arena sintiéndose completamente en armonía con el mundo que la
rodeaba. No comprendía cómo podía haber pasado tanto tiempo lejos del mar, del
bosque y del sonido de la lluvia en los charcos….
Observó en la oscuridad
el mar Cantábrico, lleno de esplendor, de fuerza, de una energía que ella
deseaba para sí.
Se sentía mortalmente cansada por sus cuatro
años de infeliz matrimonio y se afligía por haber amado a la única persona que
no se la había merecido.
Se sentó sobre una roca y
puso sus pies en contacto con el agua, estaba helada. Había decidido regresar a casa de los abuelos para pasar con ellos
Navidad, sabía que sus hermanos y sus padres no irían; que sólo tenía a los
abuelos, a los tíos y a aquélla que
habría de llegar a principios del mes de mayo, por ella había dejado a su
marido, su hija Ángela.
No le había dicho a
Ernesto que se había quedado embarazada en el único fin de semana feliz de su
matrimonio, no lo hizo porque no le prestó atención y lo primero que hizo al
regresar fue llamar a su amante.
Ella no tenía esperanza
de quedarse embarazada, lo había intentando en vano durante sus cuatro años de
matrimonio y cuando supo que el fruto de su amor por Ernesto iba a crecer en su
interior decidió alejarla de él.
Cuidaría de su hija sola.
Ernesto se enteraría cuando el divorcio ya estuviera firmado, no tendría
posibilidad de arrebatársela, la pequeña Ángela iba a ser sólo suya.
Sonrió en silencio y
acarició suavemente su barriga.
[i] Según la mitología
céltica, Niam era la hija del dios marino Manannan Mac Lir. La protagonista de
esta historia no tiene nada que ver con el personaje mitológico del que toma el
nombre, aunque sí es rubia como ella, de ahí el comentario del cabello dorado.