Hoy en
“Tejedora” me gustaría compartir con vosotros una historia en la que estoy
trabajando. Dentro de mis géneros literarios favoritos ocupan un privilegiado
lugar la fantasía y la novela negra. De hecho, últimamente aparte de trabajar
en la segunda historia de Ariel, la protagonista de mi primera novela que
publicó la editorial Hades, estoy empezando a trabajar en un proyecto de novela
negra bastante siniestro, no sé de dónde me ha salido el ramalazo, pero creo
que leí a tantos autores suecos de novela negra que me metieron el gusanillo de
hacer mi propio intento de novela negra.
No sé en qué quedará, pero os dejo un par de
páginas que he escrito sobre “El cazador y su aprendiza”, por ahora es un título
provisional, no sé si cuando lleve algo más avanzada la historia lo cambiaré,
en fin, como siempre son los personajes los que me llevan a mí y no al revés,
puede cambiar cualquier cosa de aquí a que termine esta historia.
El cazador y su aprendiz
AIDAN
Aidan
se despertó de buen humor; había dormido estupendamente después de haber pasado
la noche con un atractivo hombre de negocios.
Salió
del dormitorio y caminó hasta la habitación de las pelucas, sonrió al verlas en
sus hileras. Las había lavado la noche anterior con su champú favorito de coco,
le gustaba porque recordaba a la primera mujer con la que se acostó; una
cariñosa madre de acogida de origen italiano. La recordaba por sus turgentes
pechos y por los tres orgasmos que tuvo cuando succionó su pene; era una
experta. Poco después la madre fue denunciada por Eric, uno de sus hijos de
acogida y su mejor amigo en esa casa, después de ambos fueron enviados a casas diferentes y tardaron años en
reencontrarse.
Caminó hacia sus pelucas y las observó
todas. Recordó a su madre biológica con añoranza.
Ella
era una mujer frágil, latina,
terriblemente hermosa, pero incapaz de ver lo que su padre le hacía. Así, hasta
el día en que lo descubrió abusando de su hijo en el cuarto de la lavadora.
Esa
mañana se había ido a la compra, el degenerado de su padre aprovechaba esos
momentos para abusar de Aidan porque Luciana solía tardar una hora en hacer
todos los recados, pero ese día llegó antes y cuando vio lo que Cormac le
estaba haciendo trató de separarlos, pero Cormac era un irlandés fuerte y
estaba muy borracho, así que la golpeó.
Aidan
solo reaccionó cuando vio el cuerpo de su preciosa madre en el suelo, atacó a Cormac con una
lámpara y después corrió hacia casa de los vecinos para pedir ayuda; se quedó
en la casa de los señores O´ Flaherty hasta que llegó la policía. Entraron en
su casa, separaron a Cormac se Luciana, pero no pudieron hacer nada por
salvarla. El degenerado de su padre la había matado.
Después
de eso él fue enviado a diferentes casas de acogida para protegerlo de su
progenitor, mientras su padre cumplía diez años de condena en una prisión
federal porque el hijo puta hizo un trato.
Durante
esos diez años Aidan se hizo fuerte, creció, se endureció y el mismo día en que
su padre salió de la prisión lo fue a buscar. No fue difícil localizarlo, el
cabrón estaba en un salón de juegos tratando de engañar a otro chaval. Sin
embargo, Aidan estaba decidido a que su padre pagara por lo que le había hecho
a él y a su madre, Cormac nunca más sometería a otro a las vejaciones que
sufrió él durante su infancia.
Cormac no lo reconoció, después de diez años
ya no se parecía demasiado al niño asustado que lo había enviado a la cárcel.
Su padre lo invitó a tomarse una copa en un local de ambiente y, más tarde, lo
invitó a acompañarlo a su casa. Aidan lo siguió. Al entrar en el salón el padre
lo empezó a desnudar y él se dejó quitar la camisa, incluso los pantalones,
cuando su padre empezó a tocarle le dio un puñetazo que lo dejó inconsciente.
Después lo ató a una silla y lo reanimó. Al principio Cormac no sabía qué había
ocurrido, pero el rostro se le desencajó de terror cuando descubrió quién era
el hombre al que había invitado a su casa. Trató de disculparse, afirmó que se
había arrepentido y que había pagado su pena, pero Aidan no sintió la más
mínima compasión por él.
Sacó
una treinta y ocho de su chaqueta y le pegó un tiro entre ceja y ceja.
Fue muy fácil.
Antes
de abandonar la casa, limpió su rastro y regresó a su piso donde celebró su
victoria brindando por Luciana con una botella de Tequila.
Al día
siguiente recibió una llamada comunicándole la muerte de su padre, aunque la
policía no se molestó en investigarla. Después de todo acababa de salir de la
cárcel y, en una ciudad pequeña como la suya, un pederasta muerto era mejor que
uno vivo. Él no fingió que le importaba y a los policías tampoco les preocupó
su carencia de sentimientos; era un lugar pequeño y todos sabían lo que le
había hecho. Le dijeron que si quería el estado se podía hacer cargo del
cuerpo, pero Aidan dijo que lo enterraría como el animal que era, sin
funeral. A la policía esa solución le
pareció perfecta.
En
cuanto recibió el cuerpo del desgraciado cavó un agujero en el jardín, lo tiró
y lo cubrió con cemento y piedras.
FIN
¿Y?
Sí, lo sé, el vocabulario es un poco ordinario, la descripción de la escena
bastante grotesca y lo de incluir a un pederasta, dadas las circunstancias
actuales, casi parece una provocación. Pero quería hacer algo del género y esto
fue lo que ocurrió a mi mente cuando me enfrenté a la página en blanco de mi
ordenador.
Espero
críticas, así sabré si voy bien encaminada con esta aventura literaria negra
como la noche.
Hasta
el próximo “Tejedora”. J