Después de las Navidades y en un año nuevo, he decidido publicar hoy la historia en la que surgió el personaje de Adriel el ángel de Dariel y Dani. Hace algún tiempo, mucho antes de que se pusieran de moda los ángeles, había decidido escribir un relato con uno de protagonista y por eso tecleé un poco sobre Adriel, sin embargo, al final su historia se ha ido retrasando. Por ahora os voy dejando el principio de ese relato que aún continua en mi tintero.
ADRIEL
Cuando despertó lo primero que sintió
fue un profundo dolor, que iba desde su cabeza hasta los pies. Con cuidado se
incorporó, no recordaba cómo había llegado allí, ni tan siquiera era capaz de
recordar su nombre, sabía que empezaba por A, pero no tenía ni la más remota
idea de cómo acababa. Se sentía aturdido, la ropa que llevaba puesta le
molestaba y el dolor de cabeza persistía. Se acabó acostumbrando a la luz del
sol, aunque de vez en cuando tenía que cerrar los ojos a causa de la claridad.
Intentó caminar, pero con el golpe se le había olvidado cómo se hacía, así que
se sentó un instante en el suelo para recobrar la compostura.
Todo
a su alrededor le era desconocido, no había nada que reconociera en el lugar
que se encontraba. Podía escuchar el sonido del mar, aunque no alcanzaba a ver
dónde estaba. Para no dejarse vencer por el pánico empezó a decir nombres al
azar, el elemento que tenían en común es que empezaban con “A”, pensó que
quizás así recordaría algo.
-
Aarón… no ese no es… Antonio… no… Adolfo… tampoco… Alfonso… no, no me suena…
Alonso… no… Alberto… no me es familiar… Álvaro… Álvaro… no… ese no es… A… A… A…
¿Cómo era? Arcángel… no… demasiado pretencioso… Ángel… se aproxima… A… A…
Armando…
-
¿Amando? – Sugirió una voz y se giró
para encontrarse con los enormes ojos verdes de una niña pequeña, de nueve
años.
-
¿Quién eres?
-
Ana, quiero jugar contigo. Mi hermana y yo jugamos muchas veces a ese juego…
-
¿Qué juego?
-
El de averiguar cuál de las dos se sabe más nombres empezados por una inicial.
¿No jugabas a eso?
-
En realidad no. – Contempló a la niña. – Lo cierto es que no logró recordar mi
nombre, sé que empieza por A… pero… no me salen las otras letras.
-
¿No sabes cómo te llamas?
-
No… ni siquiera sé cómo llegué aquí.
¿Por
qué estás sola pequeña?
En este
lugar podría hacerte daño cualquiera.
-
Lo dudo, estás en mi jardín. – La niña le sonrió al joven.
Él
levantó la cabeza para mirar a su alrededor, se dio cuenta de que había un muro
rodeándolo.
-
¿Cómo entré aquí?
-
Por el cielo. – La niña se encogió de hombros.
-
Eso no es posible… si hubiera sido así debería estar muerto.
-
Te has debido dar un buen golpe. – La niña le cogió la mano. – Llevas un
paracaídas, probablemente estabas planeando con un avión y te has lanzado al
vacío.
Mi
mamá era paracaidista, ¿sabes?
-
No sé cómo caminar… - Dijo el muchacho aturdido. – Y aún no recuerdo mi nombre…
¿qué me ocurre?
-
Vamos a ver si conseguimos dar con tu nombre... hm… ¿Andrés?
-
No.
-
¿Abelardo?
-
Tampoco.
-
¿Alfredo?
-
No… me suena.
-
Adrián.
-
¿Adrián?
Sí, creo que me llamó Adrián o algo
muy parecido… Adrial… Adrimel… Adridel… Adriel…
Sí, eso es, Adriel es mi nombre.
-
Te equivocas, Adriel no existe, seguro que te llamas Adrián y Adriel es un mote
o algo.- La niña se cruzó de brazos. - ¿Hacia dónde ibas?
-
No… no… sé que tengo algo importante que hacer… algo muy, muy importante… pero…
no sé… no… no…
-
Cuando el muchacho abrió otra vez los ojos se encontraba tumbado en un salón.
Le dolía terriblemente la cabeza, sentía que le faltaba algo a la espalda… algo
suave… algo blandito… se giró sobre sí mismo hasta que se encontró con los ojos
verdes de un hombre de cuarenta años.
-
No te muevas, no te muevas. – Le sugirió. – He llamado a un médico para que te
examine.
Ana
me dijo que te llamabas Adrián, ¿cierto? – Le dedicó una sonrisa brillante. –
Yo soy Álvaro, estás en mi casa.
-
No quiero molestar… me iré en seguida.
-
Eso ni lo sueñes, te vas a quedar aquí hasta que venga el doctor.
-
No puedo hay algo que debo hacer… es importante… es… es… debo ayudar a alguien…
debo… debo… no lo recuerdo, pero debo hacerlo… es de vital importancia… tengo…
yo… me duele muchísimo la cabeza…
-
Al abrir los ojos de nuevo estaba tumbado en una cama muy confortable. Un
edredón nórdico lo cubría, a su lado pudo ver un osito de felpa. Lo contempló
con ternura, se incorporó lentamente y vio a la pequeña Ana sentada en una
silla, profundamente dormida.
-
Pequeña… - La llamó. – Despierta, pequeña.
-Ana
abrió sus enormes ojos verdes, aún velados por el sueño, y le dedicó una
sonrisa radiante. - ¿Estás mejor?
-
Sí, muchas gracias… Ana, ese era tu nombre, ¿verdad?
-
Sí, soy Ana. – La niña le sonrió. - ¿Ya recuerdas algo?
-
Vagamente. – El joven miró a la niña.- Pero no quiero molestar, me marcharé,
seguramente si me pongo en camino acabaré por descubrir que es eso tan
importante que debo hacer.
-
No, papá me dijo que te prohibiera terminantemente marcharte. – La niña colocó
sus brazos encima de la cama y sobre sus manos la cabeza.-No te irás hasta que
te encuentre tu familia, si estás extraviado, o hasta que recuerdes quién eres.
Según el médico es extremadamente peligroso que te muevas sin rumbo, has
sufrido una conmoción cerebral.
-
Eres muy inteligente para ser tan pequeña.
-
Soy superdotada. – Confesó Ana.- Y tengo algo que llaman el síndrome de
Asperges… soy diferente. Ahora que estás despierto te enseñaré la casa e iremos
a comer algo a la cocina.
-
Yo…
-
No discutas conmigo, no te va a servir de nada. – Susurró la niña. – Me vendrá
bien tener un amigo ahora que papá ha vuelto al trabajo y Sofía al colegio. –
Los ojos de la niña se humedecieron y una pequeña lágrima resbaló por su
rostro.
-
¿Por qué lloras, Ana?
-
Mi madre murió hace un año. – Explicó.- Hasta ayer que te encontré mi padre se
había dado de baja para cuidarme, pero ahora tiene que volver al trabajo. En
casa hay una pareja de confianza trabajando con nosotros, pero… me siento sola…
a veces. – Ana sonrió a Adrián. – Papá dice que hasta que descubramos quién
eres deberías quedarte aquí.
-
¿No le preocupa que sea un loco o un asesino?
-
Según él eres un enviado del cielo. – Ana sonrió.
-
¿Enviado del cielo? ¿Un enviado?... Yo… hay… algo… algo que se me escapa… algo
que sé, pero no recuerdo… mi cabeza… me va a estallar.
-
Ten. – La niña le tendió una pastilla. – Es medicina, el doctor dijo que te
ayudaría a calmar el dolor.
Adrián
despertó nuevamente. Al incorporarse reconoció la habitación en la que había
estado antes, la de la casa de la pequeña Ana. Al mirar a su alrededor
descubrió que estaba solo, aunque Ana le había dejado su osito de felpa para
que le hiciera compañía. El corazón de Adrián latió de felicidad. Los olores
del hogar eran reconfortantes. Lo cierto es que seguía sin recordar qué o quién
era. Sin embargo, los sonidos de la casa de Ana lo animaron profundamente.
Abrió bien los ojos para observar cuánto había a su alrededor. Prestó atención
a su olfato, tratando de asimilar todos los olores, guardándolos en lo profundo
de su memoria. Era como si todo aquello que lo rodeaba lo descubriera por
primera vez. Un sentimiento de alegría lo llenó porque sentía como si volviera
a empezar, una vez más.
En su
interior era consciente de que esa no era la primera vez que le ocurría algo
parecido, retazos de su pasado desfilaron por su memoria sin orden ni
concierto. Creyó verse a sí mismo en otra época, vestido de otra manera y con
un grupo diferente de gente. Lo único que inalterable era que todas esas veces,
en todas esas ocasiones, siempre había tenido una misión, había tenido que
cumplir un papel importante.
Decidido se
levantó de la cama, en una silla encontró la ropa con la que había llegado a la
casa. La cogió con cuidado y se la puso. Después caminó por la casa como un
sonámbulo hasta llegar a una gran cocina, de diseño moderno.
En el
centro vio a Ana, a su padre Álvaro, a una niña algo mayor y una cocinera que
se afanaba preparando la comida.
- Perdón… -
Interrumpió la escena, sintiéndose en cierto modo embarazoso. – Quería
agradecer que se hayan portado ustedes tan bien conmigo… - Dijo.
- ¿Te
encuentras mejor? – Preguntó la pequeña Ana con sus ojos verdes observándole fijamente.
- Sí, no
creo que me desmaye otra vez.- Aseguró, aunque de algún modo no estaba
completamente seguro de que eso fuera cierto.
- ¿Ha
recordado algo? – Indagó Álvaro.
-
Desgraciadamente… no. – Respondió.- Veo retazos, pero… es un tapiz incompleto.
Lo único que sé, sin lugar a dudas, es que hay algo importante que debo hacer,
aunque ignoro de qué se trata.
¿Hay algún
hotel en dónde pueda quedarme? ¿Algún hostal?
- No puedes
irte. – Ana se colocó frente a él con los brazos cruzados. – Quédate con nosotros
hasta que sepas lo que andas buscando. – Ana sonrió a su padre. - ¿Verdad,
papá?
- Desde
luego. – Álvaro le dedicó una mirada agradable. – Nos vendría bien contar con
una mano extra en casa, aunque Eugenia y Adolfo hacen muy bien su trabajo,
estaría bien que hubiese alguien con Ana cuando no estamos Sofía o yo. – Álvaro
se acercó a la niña que había a su lado. – Por cierto, ella es Sofía, es mi
hija mayor. – Después se aproximó a la mujer que se encontraba cocinando. –
Ella es Eugenia, es quién logra que todo funcione en la casa. Su marido,
Adolfo, se ha tenido que ir a hacerme un recado, se lo presentaré por la tarde.
- Es un
placer conocerte. – Sofía se aproximó a él.
- Lo mismo
digo, pero… no sé si deberían confiar en mi… apenas sé quién soy, podría ser…
una mala persona.
- No lo
eres. – Afirmó Ana. – Si lo fueras yo lo sabría, se me da bien evaluar a la
gente… estás perdido, pero nosotros te ayudaremos a encontrarte.
- Yo no lo
habría dicho mejor. – Aseveró Álvaro.- Por supuesto, mientras conviva con
nosotros deberá atenerse a unas normas.
-
Siempre he vivido bajo un estricto código de conducta, así que las normas me
parecen una buena idea.
-
¿Has recordado algo? – Preguntó Ana, esperanzada. – Sino, ¿cómo recuerdas que
has vivido bajo un estricto código de
conducta?
-
No sé… es algo que… tengo la certeza de ello, pero no recuerdo el motivo o la
razón…
-
Quizás eres un soldado o algo así. – Sugirió Eugenia. – Das el tipo. Andas muy
recto, pareces acostumbrado a obedecer órdenes. Seguro que sí, debes ser un militar
o un marinero.
- No estoy
muy seguro… - Adrián sonrió a la gente que tenía a su alrededor. – Creo que no
me gustan los conflictos y detesto la guerra, demasiada muerte… es como si
hubiera visto mucha en mi vida… tal vez sí sea un militar, después de todo. –
El joven se sacudió como apartando de su mente un mal recuerdo, después se llevo la mano al pecho, aterrorizado se
miró sus dedos. Se estremeció, cerró los ojos con fuerza e imágenes de militares
y civiles muriendo a su alrededor le llenaron la cabeza. Se vio a sí mismo
atravesado por una bala enemiga, la oscuridad cayendo sobre él y… y… el vacío,
la sensación de estar en un sitio distinto, un lugar nuevo en el cual todo era
posible.
Y hasta aquí lo que tengo sobre el principio de Adriel, cuando aún no he terminado de darle vueltas a la forma de continuar con este relato. Como dije hace algún tiempo, tengo una deuda pendiente con San Judas Tadeo y por eso publico, otra vez, su novena.
San
Judas Tadeo, apóstol y mártir, fiel intercesor de todos los que invocamos tu
patronato especial. En tiempo de necesidad a ti recurro, desde el fondo de mi
corazón, y humildemente te invoco, a ti San Judas, que cumples milagros y
ayudas a quienes ya no tienen esperanza. A ti, a quien Dios concedió ese gran
poder para venir en mi auxilio. Ayúdame en esta petición actual y urgente, a
cambio yo prometo dar a conocer tu nombre y hacer que otros te invoquen.