Siguiente capítulo. Esta vez la historia va a ser un poco más larga, pero quizás es lo que necesitan Daniela y Dariel para tener un final distinto. Además, los lectores que habéis seguido sus aventuras y desventuras podréis escoger entre una de las versiones vuestra favorita. En mi opinión, todo depende del punto de vista.
Capítulo 7
Tras la visita de mi madre
decidí ir a ver a Miguel. Una parte de mí se negaba a ese encuentro, pero
suponía que para empezar a avanzar en mi vida debería despedirme del pasado. Mi
fantasma era un ser de carne y hueso, no un espectro invisible al que temer.
Llamé al hospital en el que
lo habían encerrado de por vida, una atenta recepcionista contestó al teléfono
y a todas las preguntas que tuve a bien hacerle. La primera si se podían
recibir visitas los sábados, la segunda si se consideraba a Miguel Abril un
paciente peligroso, la tercera si podría ir a visitarlo esa misma tarde sin
demorarme y la cuarta si podría estar con él a solas durante un poco de tiempo,
sin vigilancia, sin presencias extrañas. Ella
me contestó afirmativamente a todas las preguntas, aportó detalles interesantes
a mi intención y me colgó amablemente tras oírme decir que iría al hospital a
eso de las cuatro y media de la tarde.
Eso me dejaba con tres horas
para prepararme ante el inminente reencuentro. Por alguna razón empecé a
divagar en mi pasado, buscando grietas en mi memoria en las cuales yo hubiera
tenido alguna pista sobre el auténtico problema de Miguel y me sentí frustrada
al darme cuenta de que había habido muchas pistas, demasiadas. Recordaba con
claridad a mi hermana recomendándome alejarme de ese tipo, según ella minaba mi
confianza y tenía razón. Después pensé en las muchas veces que se había puesto
algo violento a causa de los celos, las ocasiones en las cuales había perdido
un poco el control y que yo, en mi estupidez, había decidido ignorar hasta el
momento mismo en que opté por terminar con nuestra relación para siempre.
Miguel no era un santo y,
por su aspecto de tío malo, había decidido dejarme embaucar por él. Con
dieciséis años era una completa imbécil, tan segura de mi misma, tan absorta en
mi fase de chica rebelde, que fui incapaz de ver lo obvio de la situación. Él
era una brizna de hierba y sólo necesitaba una chispa para prender, para mi
desgracia había sido yo el detonante de su locura, la causante de su primer
ataque esquizofrénico. Miguel me lo había dicho en una ocasión, pero yo fui tan
gilipollas como para no darme cuenta.
Mi memoria me llevó a esa conversación, ocho
días después de nuestra primera cita. Estábamos en una cafetería, los dos nos
encontrábamos muy felices, eran los primeros días de nuestra relación, la
maravillosa Luna de Miel. No sé cómo surgió la conversación, pero en ese
instante recordé con claridad sus palabras.
- Hay veces que escucho a Lucifer en mi cabeza. – Me dijo, yo lo miré
con una sonrisa divertida, acabábamos de ver una película de posesión y di por
hecho que me estaba tomando el pelo. – Él me dice que haga daño a la gente,
pero la voz de Miguel es más fuerte.
-
¿La voz de Miguel? – Le seguí la broma. - ¿Y qué te dice? ¿Qué tu novia es un
bomboncito?
-
Dice que te haré daño tarde o temprano.
-
¿Ah sí? ¿Y cómo lo harás?
-
Todavía no lo sé.
-
No te preocupes, guapo, me sé proteger muy bien. Ahora deja de tomarme el pelo
y bésame.
Recordar esa conversación hizo que me sintiera un
poco más estúpida de lo que ya era. Él me había advertido, ¿y qué había hecho
yo? Tomármelo a broma.
Deambulé por mi piso durante
un buen rato, después abrí el único cajón de mi habitación cerrado con llave. Quité
el papel que envolvía las fotos y las miré.
Allí estaba yo, quince años
más joven, feliz al lado de mi primer amor. La sonrisa de mi rostro y la de
Miguel me hicieron más daño que la puñalada con la que casi me mata. Era feliz
a su lado, lo había amado con locura y, por culpa de eso, me había convertido
en la víctima fácil de un esquizofrénico paranoide. Podría decir que me
arrepentía de haberlo amado, podría fingir que nada de eso había pasado, pero
la triste realidad es que una pequeñísima parte de mí lo seguía amando. Quizás
era el síndrome de Estocolmo que había estudiado el año y medio en que me
especialicé en psiquiatría; antes de decidir que lidiar con enfermedades
mentales no era la mejor opción para alguien con un severo caso TEPT, estrés
postraumático.
Entonces ocurrió lo
inimaginable, la Psiquiatra que había dentro de mí despertó de su letargo.
Sorprendida por el giro de acontecimientos fui hacia mi despacho, cogí el
cuaderno de notas y escribí mi reacción. Admito que fue una sensación extraña,
la Psiquiatra analizándose por primera vez en su vida.
Al terminar observé el
reloj, habían pasado tres horas y media desde mi descubrimiento y ya se me
había olvidado la visita pendiente al Sanatorio Mental en el cual se encontraba
Miguel.
Sin comer me dirigí hacia el
coche, conduje hasta el lugar y esperé un rato en la puerta, antes de recordar
que la hora de visitas terminaba a las seis y media. Saqué fuerzas de flaqueza
y caminé hacia el enrejado que protegía a los habitantes de esa peculiar
prisión.
Un agente de seguridad interceptó mi paso, hizo las preguntas
pertinentes, habló con la encargada del lugar y tras quedarse con una copia de
mi DNI me permitió traspasar las barreras hasta la puerta principal.
Tomé aire un par de veces, después con paso
tembloroso atravesé la puerta principal. Una enfermera, pulcramente vestida, esperaba
mi entrada. Me observó durante un momento, sus ojos se escaparon hacia la
cicatriz que cubría mi torso y que había decidido no ocultar. Deseaba que
Miguel la viera, quería que comprendiera cómo sus actos habían dejado huella en
mí, una tara psicológica no visible a simple vista y una fea cicatriz de mi
clavícula al abdomen.
Me hizo pasar con una voz
grave, me explicó las normas de seguridad del edificio, me habló de la campana
del pánico en caso de que al paciente le diera un ataque e insistió en permitir
que un celador entrara conmigo en el lugar. Yo no deseaba tener esa
conversación pendiente con espectadores y le hablé de mi especialización. Era
Doctora en Medicina, especializada en Psiquiatría y cirugía de Urgencias. Le
mostré mis credenciales y ella cedió a mi petición.
Tomé el ascensor hasta la
planta número tres, la habitación 313 quedaba al fondo del pasillo, a la
izquierda. Miré el rótulo de la puerta, después me persigné cómo la devota
cristiana que había sido en mi infancia, y después atravesé la barrera que me
separaba de mi fantasma. El me escuchó llegar y se giró, en su rostro se
dibujaron miles de sentimientos, desde el profundo estupor, al temor, pasando
por el arrepentimiento y, por último, el amor. Sus ojos claros me clavaron en el
sitio, durante un instante me olvidé de respirar porque seguía siendo tan
hermoso como quince años atrás. Su hermoso envoltorio ocultaba la negrura que
había en su interior, el profundo vacío que había hecho que un gen se colocara
en el lugar equivocado y le generara la enfermedad mental que tenía.
- Dani… - Susurró. – Supuse
que algún día tendríamos que volver a vernos, no esperaba que fuera tan pronto.
- Han pasado quince años.
- El tiempo aquí transcurre
igual, a veces ni siquiera recuerdo en qué día vivo, la medicación me mantiene
tranquilo. No puedo decir que me alegre de verte, gracias a ti estoy aquí y
este lugar es el infierno.
- Mírame. – Le ordené. –
Deja de esquivar mi mirada, no te va a servir de mucho hacerte el huidizo
conmigo. Sé quién eres, sé lo que te ocurre. Estoy especializada en Psiquiatría
y tu papel de víctima no me cuela. Tú no eras responsable de tus actos en ese
momento, puede ser, pero la que lleva una cicatriz en el cuerpo soy yo y no tú.
Me he pasado los últimos
quince años tratando de comprenderte, intentando perdonarte, pero lo cierto es
que no puedo. Si he venido hoy es para enfrentarme a mi pasado, es hora de
pasar página, he pasado los últimos años de mi vida pasando por mi existencia
como si todo estuviera bien y sabes, nada está bien.
Durante quince años he
tenido terribles pesadillas, todas ellas terminaban conmigo muerta por tu
cuchillo, he tomado medicación para parar un tren y no me sirvió de nada. He
seguido una terapia intensiva para tratar de superar mi TEPT, nada ha
funcionado.
Me jodiste, Miguel, esa es
la realidad.
- ¿A qué has venido a
hacerme daño? ¿a vengarte?
- No, esta vez no se trata
de ti, esta vez se trata de mí. He venido por mi propio pie para ver a mi
sombra del pasado cara a cara, para recordar que no eres un fantasma, sino una
persona real de carne y hueso. Puedo lidiar con ello, ahora soy más fuerte de
lo que nunca he sido.
No voy a perdonarte, no
quiero hacerlo. Mi parte científica comprende tu enfermedad, pero la víctima
que soy no.
Me destrozaste la vida, de
hecho, casi la pierdo por tu culpa. No me gusta en lo que me he convertido,
odio la persona que soy hoy en día.
No soy capaz de reírme,
¿sabes?
Un acto cotidiano como ese
supone para mí un verdadero problema, he suprimido todos mis sentimientos, me
he convertido en una autómata, he creado alrededor de mí una muralla que nadie
puede atravesar, ni siquiera mi familia.
Estoy aquí para que veas lo
que tus actos me han hecho, para que comprendas hasta que punto me has jodido y
también para aceptarlo.
No soy la joven estúpida que
se enamoró de ti, sólo por decir que tenía unos ojos hechiceros, ahora soy
Doctora en Medicina y experta en Psiquiatría. He tardado quince años en dar
este paso, sólo he venido para cerrar el pasado.
Para tocarte y recordar que
eres de carne y hueso, no un fantasma.- Me acerqué a él, para corroborar mis
palabras lo agarré del brazo, estaba caliente y se puso tenso al notar mi mano
sujetándolo. – Dices que vives en el infierno, pues me alegro.
Yo he estado viviendo en él
desde ese quince de septiembre, cada mañana me he despertado y me he dormido en
él. No he venido a perdonarte o a
darte palabras de consuelo, sólo he venido para que me vieras para que fueras
consciente de lo que tú me has hecho.
Ahora, me voy y no vendré
nunca más.
- Perdóname, no era yo y lo
siento.
- Lo sé, soy psiquiatra. Sin
embargo no puedo perdonarte, no me sale de dentro.
- Lo comprendo, a veces
recuerdo el momento. – Siguió. – No era yo, pero sí lo era.
Me alegro de que estés viva.
– Dijo. – Hasta hoy nadie me lo había dicho, ni siquiera mi familia. –
Continuó. – Le preguntaba y se negaban a hablar del asunto, temían que pudiera
escapar de aquí y terminar lo que empecé. Es un alivio saber que no te maté, te
amo.- Susurró. – Siempre te he amado y siempre te amaré.
- Bonitas palabras, pero no
me las creo.
- ¿Por qué has venido?
- No lo sé. – Contesté. –
Simplemente ocurrió, quise verte una última vez porque te amé y pagaste mi amor
con un intento de asesinato, sólo quería recordar que en algún momento, antes
de todo lo malo, confié en ti.
No puedo perdonarte tal vez
en el futuro lo haga pero, honestamente, lo dudo mucho.
Adiós Miguel y perdóname por
haber sido la chispa que prendió tu enfermedad, hubiera preferido no conocerte,
mi vida habría sido mucho más sencilla.
- La mía también.
- No, la tuya no lo sería. –
Lo corregí. – Tienes una enfermedad. Fui yo, pero habría podido ser tu madre o
tu hermana, estaba en ti, es hora de que lo aceptes.
Yo ya lo he hecho, eres un
simple humano y no somos perfectos. – Concluí mi alegato y me alejé de la
habitación.
Al salir al pasillo tuve
ganas de llorar, pero me logré contener. Me alejé del hospital, cogí mi coche
y, al llegar a casa, lo hice.
Ángel de la Guarda, dulce compañía, no me dejes sola ni de noche ni de
día, que me perdería.