jueves, 29 de agosto de 2013

Siguiente capítulo de la cuarta versión, por alguna razón cada vez que tengo que escribir el punto de vista de Dariel me cuesta más que escribir la versión de Daniela, probablemente porque a ella la conozco muy bien y a él sólo lo conozco desde el punto de vista de ella.
Capítulo 6
     Daniela me llamó y descubrí que sabía quién había sido antes, imaginé que eso haría las cosas más fáciles; me equivoqué.
     El mantener la distancia, decirle que me llamaba Dariel, fingir que no la conocía había funcionado para acercarme, me había dado el valor necesario para hacerme corpóreo. Sin embargo, la máscara había caído y ya no tenía protección alguna ante ella.
     Sentí una presión en el corazón al pensar en la cicatriz de su torso, las imágenes que regresaban a mi mente del momento en el cual la cosí eran confusas. Sólo recordaba el olor de la sangre, lo cerca que la puñalada había estado del corazón, los vasos sanguíneos que había dañado y los órganos vitales que había rozado. Sabía exactamente la velocidad a la cual iba su pulso mientras la cosía y las veces que habíamos tenido que usar el resucitador para traerla de vuelta.
     Nadie apostaba por ella, ni siquiera yo.
     Desde mi cielo eché un vistazo a dónde estaba. Había regresado a su casa y rescató una foto mía de uno de sus cajones. La colocó en la mesilla de su habitación y después fue hacia la cocina.
     En su rostro vi determinación, comprendí sus intenciones y me enfurecí. Al principio me sentí tentado de bajar para impedírselo, no deseaba verla cerca del hombre que casi la mata, pero supe que esa decisión no me correspondía a mí.
     Después cerré los ojos y le permití ser libre.
    Esa fue la primera vez, en trece años, que elegí no vigilarla. Había cosas que debía hablar con Miguel, había sentimientos que debía expresar y yo no tenía derecho a conocer esa parte de Daniela.
     La situación me llevó a pensar en cómo sería si yo aún estuviera vivo, si ese conductor borracho no hubiera segado mi vida y por más vueltas que le daba, de una manera u otra, siempre llegaba a la conclusión de que ella y yo acabaríamos juntos.
     Había amado a Mónica con todo mi corazón, pero no como a Daniela. Mi alma estaba prendida a la suya, mi corazón entero le pertenecía y me preguntaba, muchas más veces de las que debería, si en algún momento ella regresaría a mí para quedarse.
     Mi corazón se permitió latir con esperanza, quizás tras su muerte también ella se convertiría en Ángel y, por fin, vendría a mí. A veces me preguntó si es posible que dos Ángeles se enamoren.
     Adriel nunca me ha hablado de ese tema, en realidad tampoco he tenido antes la necesidad de preguntarle sobre ello. Con el tiempo había asumido mi nueva vida, acudía a ayudar a mis protegidos cuando me llamaban y, en mi tiempo libre, me dedicaba a vigilar a Daniela para que no diera un paso en falso, para que nada malo le ocurriera.
    Más de trece años y nunca antes me había planteado un futuro.
     ¿Lo habría?¿Podría aspirar a convertirme en algo más para Daniela?¿Podría reencontrarme con ella y hablar de todas las cosas que no pudimos hablar entonces?
     Me gustaría decirle lo orgulloso que me siento porque hizo Medicina, le explicaría que yo siempre he creído en ella, desde el instante mismo en que abrió sus hermosos ojos tras la larguísima operación. Le hablaría de mi pasado, de Mónica, de mi vida antes de haberla conocido, de mis sueños, de mis esperanzas y le daría gracias por haber rezado por mí ese día, por haberme dedicado una oración cuando se enteró del accidente.
     Ahora sé que no sería quien soy si no la hubiera conocido. Quizás me habría casado con Mónica, habríamos tenido hijos, habríamos disfrutado de una vida común feliz y ninguno de los dos influiría en  los demás. Posiblemente yo no tendría el par de alas blancas que adorna mi espalda, no habría conocido a Adriel y no comprendería muchas de las cosas que ahora creo entender.
     Sería diferente, quizás un poco peor.
    Desde el plano en el que estoy puedo entrever algunas respuestas y, honestamente, no me gustaría el tipo que sería si no la hubiera salvado a ella.
    Si lo pienso, cuando llegó a mis manos yo me creía muy bueno, me consideraba mejor médico que mis compañeros y pecaba de orgullo. Al verla llegar todos los demás la desahuciaron y yo quise demostrarles lo bueno que era trayéndola de vuelta. Me metí en el quirófano con la autoestima por las nubes, pero no fui yo quien la salvó, sino su fuerza de voluntad y sus ganas de vivir, yo sólo hice un zurcido muy bonito.
     Hasta Daniela mis pacientes habían sido para mí un número, las vidas que había salvado; pues una vez fuera de mi quirófano pasaban a ser responsabilidad de otros doctores, no tan buenos como yo, o eso me creía.
     En realidad era un tipo bastante triste, alguien a quien le preocupaba más su prestigio que sus pacientes; un auténtico capullo. Si Daniela me hubiera conocido en circunstancias normales pensaría que era un gilipollas prepotente que se creía un regalo y tendría razón.
     Escuchó a otro protegido llamándome, dedicó un último pensamiento a Daniela y acudo en su ayuda.
     Soy un Ángel y ese es mi trabajo.

     

miércoles, 21 de agosto de 2013

Siguiente capítulo de esta versión, una vez más, vemos el punto de vista de Daniela y cómo la visita de Dariel ha afectado a su manera de ver la vida y cómo ésto influirá en el cambio que se producirá al final de la historia. 
Capítulo 5
Al día siguiente me desperté muy animada. Tenía que reflexionar sobre todo lo qué me había ocurrido, sobre el hecho de que yo tenía un Ángel de la Guarda y él me había ofrecido la oportunidad de cambiar alguna de las decisiones de mi vida. Todavía me encontraba confusa por el encuentro del día anterior, por el hecho de tener mi propio Ángel y de que fuera una persona a la que yo había conocido, aunque no se lo hubiera dicho.
Me incorporé de la cama, realicé las acciones de todos los días, pero me sentía distinta, diferente. Por primera vez en muchos años me quedé desnuda delante de un espejo para ver la cicatriz que cubría mi torso. Las líneas estaban muy bien definidas, las puntadas habían sido perfectas y me sorprendía verlas. Yo, con varios años de experiencia como médico, jamás había logrado nada parecido al coser a mis pacientes. Me examiné detenidamente para tratar de averiguar en qué había cambiado en esos últimos años; había unas pequeñas arrugas en mis ojos, canas y había perdido varios kilos. Al observarme fijamente no me reconocí, sí, veía mi cara como siempre, pero había algo diferente.
Ya no era la persona alegre que solía ser, tal vez Dariel tenía razón, era hora de plantearse cambiar las cosas.
En realidad me pasaba la vida interpretando un papel, sonreía, pero en el fondo no me reía, salvo en situaciones ridículas como cuando me caí en el piso de mi casa. Necesitaba, urgentemente, ser capaz de soltar una buena carcajada, disfrutar cada día de mi vida. Si lo pensaba seriamente me habían dado una nueva oportunidad y yo no le había sacado todo el jugo posible.

Me conformaba con pasar por la vida sin dejar huella, levantarme, ir al trabajo, salir con diferentes chicos para mitigar un poco la soledad, comer en casa de mis padres o de mi hermana, visitar a los parientes, toda mi vida era rutinaria. No había lugar para la improvisación, no me permitía tomar una decisión sin haberla planificado al mínimo detalle. Mi existencia monótona, estaba todo apuntado, no había sorpresas. Supongo que había optado por planear todo para evitar encontrarme en una situación de riesgo para mi vida como lo fue Miguel. Había matado la pasión o el amor, me daba demasiado miedo llegar más allá en una relación porque el terror a volver a convertirme en el blanco de un psicópata.
Mi miedo estaba magnificado y sólo veía amenazas alrededor. No era capaz de recordar la última vez que me había dejado llevar por un impulso; por lo general, si algo en mi interior me invitaba a hacer algo que se saliese del camino, una voz más alta me obligaba a volver a la transitada senda conocida.
Bien pensado, ir a casa de mis padres para encontrarme con un tío que ni siquiera me caía bien era una muestra de lo bajo que había caído. No soportaba a David, nunca había sido capaz de estar más de tres minutos con él porque era un narcisista, sólo preocupado por sí mismo y me indigna ese tipo de personas que van por la vida como si fuesen un puto regalo. Esos gilipollas que se creen perfectos porque todo les sale bien y no tienen que dejarse la piel luchando por conseguir su objetivo.
Por un instante me enfurecí conmigo misma por no haber dicho a mis padres todo esto, después cogí el teléfono móvil y llamé a mi madre.
- Hola cariño.

- Mamá no voy a ir a vuestra casa, lo siento, lo he repensado y, la verdad, no soporto a David; es un gilipollas y soy incapaz de estar más de tres minutos aguantando sus tonterías.
- Cariño, ya le he dicho que venías.
- Pues invéntate que tengo una guardia, me da igual, no pienso ir a soportar a un cretino sólo porque me siento tan sola que quedo con un imbécil de caza mayor.
- Dani, ¿estás bien? – Preguntó preocupada.
- No, mamá, no estoy bien. – Admití. – Llevo trece años jodida, pero no me he dado cuenta hasta ahora. Debo empezar a vivir la vida y dejar de amargarme por el pasado. Lo de Miguel fue una putada, pero es hora de superarlo.
- Cariño, me estás preocupando… voy inmediatamente a tu casa, cancelaré la cena y…
- No hace falta que canceles la cena, estoy bien, de verdad. Sólo he reflexionado un poco sobre los últimos años de mi vida y he decidido dar un paso adelante. Te prometo que mañana iré a casa a veros a papá y a ti, pero hoy necesito estar a solas. Hay muchas cosas sobre las cuales debo pensar, tengo heridas abiertas y deseo cerrarlas de una vez.
- Me estás asustando terriblemente, voy a tu casa ahora mismo. – Dijo mi madre y colgó el teléfono.
Yo me quedé con el móvil en la mano durante un rato, después fui hacia la ducha, me duché en tres minutos y me vestí. Conociendo a mi madre, estaba a punto de llegar.
El timbre sonó cuando terminaba de ponerme la camiseta, caminé hacia la puerta y me encontré el rostro de mi madre lleno de arrugas de preocupación.
- Cariño. – Susurró y me rodeó en sus brazos, me apretó tanto que, casi, me cortó la respiración.
- Estoy bien, mamá.
- Cielo… ¿qué ha ocurrido?
- He tenido un sueño curioso. – Insinué; no iba a decirle a mi madre nada del Ángel de la Guarda porque, seguro, se creería que estoy loca.
- ¿Qué clase de sueño?
- En él veía al doctor Pardo quien decía que estaba echando a perder mi vida, me reprochaba que me paso todo el rato fingiendo estar bien, pero en el fondo todavía me asusta el pasado.
- ¿Es eso cierto, cariño?
- En cierto modo. – Contesté. – Esta ha sido la primera noche en la cual no soñé que Miguel volvía para terminar lo que empezó.
Últimamente lo hago mucho, interpretar un papel, sonreír sin ganas y creo que necesito replantearme mi vida. Me gusta mi trabajo, me encanta ayudar a los demás, pero es hora de que recapacite sobre todas las decisiones erróneas y, tal vez, pueda pensar qué haría diferente si pudiera cambiar una sola de ellas.
- ¿Por qué no nos lo dijiste? ¿Lo de las pesadillas?
- Pensaba que podía lidiar con ello, no quería preocuparos innecesariamente.
- Cielo, nosotros estamos aquí para ayudarte, puedes confiarnos tus preocupaciones, no somos niños pequeños a los cuales debas proteger.
Lo de Miguel también trastocó nuestras vidas y nos influyó. Tu hermana se pasó dos años en terapia hasta que logró aceptar el hecho de que fue ella, con tan sólo veintitrés años, quién te salvó de una muerte segura.
Tu padre y yo también tuvimos que ir a terapia, no comprendíamos por qué no estábamos allí para proteger a nuestra niñita.


Tus abuelos, tus tíos, toda la familia lleva conviviendo con esa tragedia. A todos nos influyó, todos sufrimos por ella, todos tenemos cicatrices en el alma a causa de ese traumático acontecimiento y por eso, cariño mío, tenías que haberlo hablado con nosotros.
Quizás si no lo consideráramos un tema tabú las cosas irían mejor.
- ¿Crees que nuestra vida sería distinta si no me hubiera enamorado de él?
- Sí, sin duda alguna.
- ¿Sería mejor?
- Tal vez, no tengo una respuesta para esa pregunta. No puedes cambiar el pasado, lo único que puedes hacer es aferrarte al presente.
Una lección que aprendí por las malas. – Murmuró mi madre y me rodeó afectuosamente entre sus brazos. – Mi niña, ¿por qué no me dijiste nada de esto antes?
- Era más fácil fingir.
- Todos lo hemos hecho, ¿no es cierto?
Hemos corrido un tupido velo como si nada hubiera pasado, como si ese loco no hubiera intentado arrebatarte la vida.
- Está enfermo. – Afirmé y me sorprendí al comprender que ya no sentía miedo de mi fantasma. – Desde el punto de vista médico es un enfermo mental, no es directamente responsable de sus actos. Está en su genética, no hay razones externas o un patrón por el cual hubiera sufrido el brote esquizofrénico en ese momento, es probable que su mente hiciera “chas” tiempo atrás, pero hasta ese instante no se descontroló.
- ¿Lo estás justificando? – Indagó mi madre, con un cierto tono de ira.
- No lo justifico, pero desde el punto de vista médico, lo comprendo.
Sabes, mamá, creo que ya no tengo miedo de mi pasado y es un primer paso muy importante.
- Cielo, quizás deberías ir a terapia otra vez y…
- No hace falta, estoy segura de que a partir de aquí puedo continuar yo sola. Ese sueño ha sido muy importante, me ha ayudado a aclarar las ideas y puedo empezar a dar pasitos chiquititos para arreglar la situación; el primero es negarme a ir a vuestra cena de Aniversario.
- De acuerdo.- Mi madre me observó un instante. - ¿Quieres que hablemos de ello?
- Ya lo hemos hecho, déjame intentar solucionar mis problemas a mí, es hora de que me enfrente a ellos y, aunque agradezco tu oferta, este camino lo debo recorrer yo sola.
     Hablaré con papá y con Diana también, pero por hoy he tenido suficiente.
     - Ese sueño ha sido muy importante, me alegro de que lo hayas tenido.
     - Yo también, puede hacer que las cosas cambien.
     - ¿Por qué no vienes a comer a casa?
     - Gracias mamá, pero hoy necesito estar sola. Aún hay mucho sobre lo que recapacitar.
     No te preocupes, te prometo que estoy bien.
     - Yo también lo creo, hay algo distinto en ti, estás diferente y pareces más fuerte.
     - He escuchado a mi inconsciente. – Susurré y, en mi mente, recé una plegaria a Dariel.
     - ¿Vendrás mañana a comer?
     - Sí, pasadlo bien y siento dejaros colgados esta noche.
     - No importa, diré que te surgió algo importante y ellos lo comprenderán.
     Cariño, ¿me llamarás si necesitas algo?
     - Lo haré, gracias por venir y por preocuparte.
     - De nada tesoro, ya sabes que estoy aquí para lo que necesites.
     - Lo sé, mamá, muchas gracias.
     - Por alguna razón me recuerdas a cómo solías ser antes, tal vez tengas razón y has estado fingiendo todo este tiempo y, quizás, todos fingíamos no darnos cuenta para evitar el tema, pero empiezo a vislumbrar cómo puedes llegar a ser una vez que rompas con el pasado.
     - Aprenderé a ser mejor, me pareceré un poco más al doctor Pardo.
     - Eso le habría gustado.
     - Yo también lo creo. – Aseveré, mi madre me dio un último abrazo y abandonó mi casa.
     A solas en mi piso recordé a Darío y decidí que era hora de visitar su tumba. Me acerqué a la floristería, cogí un ramo de flores y fui al cementerio. Al entrar me estremecí, tuve el deseo irrefrenable de salir corriendo, pero no lo hice. Caminé hacia el lugar de reposo de Darío, me coloqué frente a su tumba y vi un hermoso centro.
Hacía exactamente trece años que Darío había muerto, y ese lugar era un recuerdo constante de que él no había tenido una segunda oportunidad como yo. Me arrodillé y recé una plegaria. Sentí su presencia antes de que hiciera su aparición, sus hermosas alas blancas brillaban con la luz del sol.
     - Me has llamado. – Dijo y yo le sonreí.
     - Gracias por salvarme.
     - No hice gran cosa…
     - Esta mañana he contemplado la cicatriz, llevo varios años como médico y nunca he conseguido hacer unas puntadas tan perfectas.
     - Nunca me esforcé tanto.- Reconoció.- Tú eras diferente, querías vivir, te aferrabas con ambas manos a tu vida y quise ayudarte.
     - Me hubiera gustado poder ayudarte yo.- Admití y acaricié su mejilla. – Lo siento mucho.
     - En realidad tú me salvaste primero, estaba en deuda contigo.- Dariel me dedicó una mirada y me estremecí porque era hermoso, mucho más de lo que había sido cuando todavía se llamaba Darío Pardo
     - ¿A qué te refieres?
     - Todavía no lo sé.-Dariel me sonrió y miró el ramo de flores que había colocado sobre su tumba.- Gracias, son muy bonitas.
     - Tenía que haber venido antes, pero eso hacía real tu muerte y yo no quería pensar en ello. Fuiste mi ángel de la guarda.
     - Todavía lo soy. – Contestó y besó mi frente. – Cuídate, Daniela y, cuando sepas tu respuesta, llámame.
     - Gracias por salvarme entonces y por venir a ayudarme ahora, creo que no era consciente de mi situación hasta que te apareciste en mi casa. Pensaba que todo estaba bien, no me daba cuenta de lo engañada que estaba.
     - Es mi trabajo, protegerte y cuidarte. Recuerda mi oración “Ángel de la guarda, dulce compañía, no me dejes sola ni de noche ni de día, que me perdería”
     - Lo haré. – Aseguré y él se desvaneció.
     Me quedé en silencio un momento, después tomé una decisión que iba a cambiar mi vida; iría a ver a Miguel. Era hora de plantarle cara a mi sombra del pasado.

viernes, 16 de agosto de 2013

Capítulo cuatro de la última versión de esta historia, el final se va acercando, aunque quizás esta parte tenga un par de capítulos extra porque hay más cosas que quiero contar antes de finalizar esta historia. 
Capítulo 4
Regresé a mi hogar y todo me pareció distinto. Quizás todo había cambiado o, tal vez, todo estaba igual y yo había cambiado. La verdad es que me sentí feliz por primera vez en trece años.
Verla, hablar con ella y oler su perfume me hizo sentir vivo de nuevo. Mi corazón saltó en mi pecho y pensé, no por primera vez, que yo no era igual a los demás Ángeles. La mayoría se quedaban en la barrera y cumplían su misión sin implicarse en la vida de sus protegidos; otros ni siquiera escuchaban ya sus oraciones; un par de ellos estaban presentes en la vida de su humano dándole soporte en todas las circunstancias, pero ninguno había cruzado la barrera, ninguno se había enamorado de su carga humana.
Mi vida era mucho mejor desde el momento en el cual la había conocido, desde que mi mirada y la suya se cruzaron en esa sala de Urgencias.
En ese momento recordé mi vida antes de ser Dariel, antes de conocer a Daniela y convertirme, gracias a su oración, en un Ángel Guardián.
Estudié Medicina porque no he soñado otra cosa desde que tenía diez años. Mi intención era influir en el mundo, salvar vidas, ayudar a las personas. Mi infancia fue muy dura, perdí a mi madre y hermano pequeño en un  accidente de coche, imagino que ese fue el punto de inflexión.
Siempre me reproché no haber podido salvarlos.
Quizás era mi sino morir en ese accidente y Daniela me salvó. Nunca se lo he dicho a mis superiores, pero cuando yo ingresé en el Hospital tras el accidente, nació Daniela. A veces, entre sueños, revivo ese momento y recuerdo alguien atándome de nuevo a la vida. Puede que sólo sean imaginaciones mías, pero creo firmemente que nuestro encuentro estaba escrito en las estrellas.
Adriel me lo ha dicho muchas veces; nosotros, de algún modo, estamos tejidos con el mismo hilo de la Parca.
Recuerdo el entierro de mi madre y hermano. La tristeza de mi padre y hermana mayor, la angustia de mis abuelos maternos y cómo de pronto me convertí en el pilar en el que unos y otros se sostuvieron. Se apoyaban en mí porque yo sí había sobrevivido, porque a mí la Muerte no me había clavado la Guadaña.
Mi vida, a partir de ese día, también cambió. Me apliqué más en los estudios, me esforcé en aprender todo lo posible sobre Medicina en caso de que tuviera que ayudar a alguien más y gané una beca que me permitió ir a estudiar a la universidad de Harvard un año. Trabajé en EEUU un tiempo, regresé a España, aprobé el MIR y terminé trabajando en el Hospital en el cual habían salvado mi vida.
En el trayecto conocí a Mónica la mujer de la que estuve enamorado y con la que me prometí antes de Daniela, antes de mi muerte, antes de las hermosas alas blancas que adornan mi espalda y me recuerdan, todos y cada uno de los días, que yo ya no soy  mortal. Me he convertido en otra cosa. Soy capaz de influir en la vida de los demás aunque, honestamente, cuando soñaba poder cambiar vidas nunca me imaginé que sería de este modo.
Daniela dice que para los Ángeles todo es sencillo. Supongo que debe ser así, pero yo no soy como los demás, soy otra cosa y me pregunto, con mucha más frecuencia de la que debería, en qué momento mis superiores se darán cuenta de ello y me arrancarán las alas para devolverme a lo que quiera que haya tras la muerte.
 En principio la idea no me aterra, ni me preocupa, salvo por un detalle insignificante, si me arrancan las alas no volveré a ver a Daniela y, estoy seguro, me perderé para siempre.
Ella fue luz dónde sólo había oscuridad.
Fue esperanza dónde sólo había miedo.
Fue un antes y un después.
Fue mi tabla de salvación y, de algún modo, quiero devolverle el favor.
Y la amo, aunque esté prohibido.
La necesito, aunque yo sea un Ángel y ella una simple mortal.
La anhelo, aunque vigile sus pasos cada día.
Ella es todo para mí; mi corazón, mi alma y mi esperanza.
Un ruido a mis espaldas me obliga a girarme, frente a mí está Adriel con su cabello rojo y sus ojos de color indefinido. Su mirada dice mucho más que sus palabras y sé que lo sabe. Adriel la conoce mejor que nadie y me conoce a mí.
- Ya no hay vuelta atrás.
- Ya no.
- ¿Has pensado en las consecuencias?
- No me importan.
- Lo sé, os conozco muy bien a los dos. – Adriel me sonrió. – Quizás en este momento es cuando debo decirte que he sido tu Ángel de la Guarda hasta que viniste a este lado, te he vigilado y, por ello, todavía soy capaz de leer tus pensamientos.
- ¿Fuiste tú quién me salvó entonces?
- No. – Adriel me dedicó una mirada enigmática. – Pero eso ya lo sabes.
- ¿Por qué?
- Te lo he dicho, Darío, sois un caso excepcional. Nuestros superiores no se lo explican, nadie comprende cómo es posible que vuestras almas estén conectadas desde hace tanto tiempo. Ninguno de los mayores recuerda ver nada parecido en toda la historia de la humanidad.
- Y eso, ¿en qué lugar nos deja?
- No lo sé, nadie lo sabe.
- Tu respuesta no resuelve mis dudas.
- Es la que te puedo dar, tal vez descubramos la razón por la que vosotros sois diferentes, quizás en algún momento seremos capaces de comprender qué os empujó uno hacia el otro, pero no todavía.
- Dime, Adriel, ¿tú qué harías si fueras yo? – Pregunté porque él siempre me había dado las respuestas oportunas y los mejores consejos. Era mi Ángel Guía y todo lo que había aprendido sobre mi nueva vida se lo debía a él.
- Exactamente lo mismo qué has hecho tú.- Adriel me sonrió, después se desvaneció y yo me quedé solo, reflexionando sobre mi vida, sobre mi futuro y sobre mis esperanzas.


viernes, 9 de agosto de 2013

Tras dos semanas, por fin, puedo actualizar el blog. No va a un ritmo muy rápido, pero en esta versión me cuesta un poco más avanzar porque trato de hacerla diferente y, al mismo tiempo, que siga la línea de las versiones anteriores.
Capítulo 3
Ese día en el hospital todo transcurrió normal. No había dedicado ni un minuto a recordar la tontería de sueño del Ángel de la guarda y, en cuanto acabé mi turno, regresé a casa dispuesta a dormir doce horas seguidas.
Me tumbé en la cama y cerré los ojos.
El sueño me atrapó rápidamente, me quedé dormida y no me desperté hasta que escuché un aleteo en mi dormitorio. Abrí los ojos y, otra vez, me encontré cara a cara con mi supuesto Ángel de la Guarda. Lo observé durante un rato y cerré los ojos decidida a dejar de soñar cosas ridículas sobre Ángeles del Cielo.
- No estás soñando y no me voy a ir a ninguna parte; te lo he dicho, soy tu Ángel de la Guarda.
- No existe tal cosa como Ángeles de la Guarda.
- Soy real y estoy aquí, a veces pueden ocurrir cosas buenas, Daniela.-Susurró en mi oído y yo abrí los ojos.
- Pongamos por un momento que me creo tu historia, ¿no llegas un poco tarde?
La ocasión ideal habría sido el día que mi novio cogió un cuchillo de cocina y me rajó desde la clavícula hasta el apéndice, dejando en mi piel una cicatriz a modo de recordatorio.
- Quizás ese no era el momento.
- ¿Y ahora sí?
Las cosas me van bien tengo trabajo y una casa. Estoy en la mejor época de mi vida.
- No puedes mentirme, a mí no. – Dariel se acercó a mí y me observó con sus imposibles ojos verdes. – Te he vigilado durante trece años, he seguido cada paso de tu camino y ahora estás perdida.
Quieres vivir, quieres morir, quieres amar, no quieres amar. Estás dando vueltas, pero no llegas a ningún lugar.
Te pasas la vida fingiendo, todo el mundo piensa que eres feliz, pero yo veo la soledad de tu corazón, leo tu alma y sé que no encuentras la salida.
Lo sé, he estado ahí.
Al principio todo es nuevo, piensas que el mundo sigue adelante, aunque no lo haga. Tratas de vivir como siempre, pero en tu interior sabes que ya no eres la misma persona y que nunca lo volverás a ser. Pones cara de poker frente a los demás, te ríes sin ganas, representas un papel para ocultar tu fragilidad.
¿Sabes?, no hay ninguna cota de malla a tu alrededor, sólo te rodea un muro de papel, frágil y fácil de rasgar.
Debes dejar de mentir a los demás, pero, sobre todo, tienes que dejar de mentirte a ti misma. No estás bien, estás al borde del precipicio y si no vigilas tus pasos acabarás cayendo al vacío.
Lo he visto antes. Una vez también yo estuve a punto de dejarme vencer, por fortuna, una hermosa alma me tocó y me salvó pues yo no me daba cuenta de mi propia soledad. Sin embargo la vida suele tener la puñetera costumbre de ponerte en tu lugar, quieras o no.
     - Tú no me conoces.
     - Te conozco mejor que nadie; mucho mejor de lo que te conoces a ti misma. Llevo trece años de mi vida vigilando tus pasos, tus progresos. He admirado algunas de las cosas que has logrado a base de esforzarte, pero también he visto todas y cada una de las cicatrices de tu alma. La primera visible a simple vista porque hay un reflejo de ella cubriéndote la piel desde la clavícula al abdomen, las demás están tan interiorizadas que ni siquiera las ves. 
Has accedido a ir este a casa de tus padres para huir de la soledad. No te gusta David, ni siquiera te cae bien, pero estar con él es una manera de matar el tiempo y escapar de la soledad que te engulle cada vez más.
- No necesito consejos de un Ángel pues sólo soy una patética humana. Me da la sensación de que he pasado mitad de mi vida llorando, arrepintiéndome de las cosas que no he hecho y lamentando aquellas que sí y fueron una equivocación. He cometido errores, es cierto, pero no tienes derecho a juzgarme. Vosotros no compartís nuestra miseria, tenéis alas que os mantienen en el aire, sin necesidad de poner los pies en  la tierra. Para vosotros, los Ángeles, todo es más fácil.
- Curioso; dices que no tengo derecho a juzgarte, pero tú me juzgas a mí a la ligera. No sabes nada sobre mí, no tienes ni idea de las decisiones que yo he tenido que tomar o de los caminos que he elegido.
No todo es blanco o negro, hay infinidad de grises y es hora de que lo aprendas.
- No me entiendes, no eres humano.
- Te entiendo mejor que nadie, mucho más de lo que te imaginas, Daniela.
- ¿Y por qué me lo has ofrecido ahora y no antes?
- No se nos permite intervenir en la vida de los humanos, nos prohíben mostrarnos ante ellos y probablemente mis jefes me arrancarán las alas cuando sepan que te he ofrecido la oportunidad de cambiar alguna decisión de tu vida.
- ¿Por qué lo has hecho?
 - No puedo ver cómo desperdicias tu vida, es un regalo, eres un milagro. Sobreviviste cuando nadie confiaba en ello, te agarraste a la vida con ambas manos, luchaste por ella y últimamente pareces estar a punto de tirar la toalla.
Hay muchas personas a las que no se les concedió una segunda oportunidad, a pesar de desearlo con toda su alma; algunos perdieron la vida cuando por fin se encontraron a sí mismos o al sentido de su existencia. Lo sé; lo he visto.
- ¿Tú lo harías? – Pregunté y él me sonrió.
- Honestamente no lo sé, pero si decides hacerlo piénsalo muy bien, una elección tuya puede influir el destino de muchos.
- Yo no creo que mi decisión influya en nadie, soy una parte insignificante de un universo muy grande.
- Eres significante para alguien, lo eres para mí. Tú me cambiaste, me salvaste. – Dijo y, por primera vez, lo vi. Todo el rato había evitado mirarlo por temor, pero al observarlo descubrí unos rasgos familiares, una sonrisa cálida que me recordaba tiempos felices. Mis ojos se perdieron en los suyos, no me atreví a creer que era real, no me aventuré a decir en voz alta lo que estaba pensando porque quizás entonces se rompería el hechizo y mi hermoso príncipe volvería a ser una verrugosa rana. Mi corazón se aceleró, mi pecho se expandió y deseé dar gracias, aunque no supe por qué.
Durante un largo rato no dije nada, sólo lo miré para aprenderme sus rasgos de nuevo y él me contempló pacientemente, esperando mi reacción, sus ojos ya no me parecían impasibles, sino reconfortantes y me sentí, por primera vez en trece años, completamente a salvo.
No habría pesadillas esa noche, el terror no invadiría mi sueño porque mi Ángel velaría por mí.
- Dariel, si tú fueras yo, ¿qué cambiarías?
- Esa pregunta te la debes responder tú.
- ¿No me das un consejo?
- La respuesta está en tu interior, búscala y, cuando la encuentres, reza y vendré.
- Por si no lo has notado, suelo equivocarme bastante.
- Todos lo hacemos, incluso los Ángeles de la Guarda.
- Lo pensaré detenidamente y, Dariel, gracias.
- ¿Por qué?
- Por escuchar mi oración.
- Fue un placer, Dani, cuídate.- Murmuró y se desvaneció en la noche. Yo apoyé mi cabeza en la almohada, pensé en mi encuentro y me dormí profundamente.

Esa noche no hubo pesadillas, no me despertaron mis gritos aterrorizados, sólo tuve hermosos sueños y, en la mayoría de ellos, siempre se colaba Dariel con sus hermosas alas o Darío con su bata blanca.

La Noche

El cielo se oscureció, el alma que vagaba por la casa permaneció en silencio viendo como el sol se apagaba. Mucho tiempo atrás los habitant...