Después de dos semanas sin actualizar, puedo hacerlo por fin. Así que, como los capítulos siguientes ya están escritos, los publico juntos. Además, mientras escribía el otro día esta nueva versión, por algún motivo, he llegado a la conclusión de que Darío y Dany se merecen una cuarta versión y dos nuevos finales.
Capítulo 4
Después
de la extraña visita de Dariel, me quedé pensativa. Una parte de mí estaba
completamente de acuerdo con su idea, pero la otra no lo veía tan fácil.
Cambiar mi destino podía influir en el de muchos, según me había dicho Dariel
la primera vez, y quizás la vida de algunas personas sería más fácil si todo lo
malo no hubiera ocurrido, puede que incluso la mía.
El
timbre de la puerta interrumpió mi hilo de pensamientos, fui a abrir y me
encontré a Héctor con una sonrisa hechizante.
-
Has llegado un poco pronto. – Le dije y le sonreí. – Aún no he terminado de
arreglarme.
-
Estaba en casa extrañándote y se me ocurrió venir antes. – Héctor me rodeó
entre sus brazos. – Has tardado toda una vida en abrirte a mí.
-
Lo sé, me estaba aferrando al pasado, hacía más sencillo todo. Si piensas que
no tienes ninguna oportunidad, no hay posibilidad de decepcionarte.
¡Dios
mío, estaba tan aterrada!
Era
una obsesa del control desde que ocurrió todo lo malo, creía que de esa manera,
no habría posibilidad de volver a sufrir. Ahora me doy cuenta, tal vez un poco
tarde, de que todo el tiempo había un león rugiente en mi interior, una
tormenta a punto de desatarse y cambiar el rumbo de las cosas. La vida me ha
puesto en este lugar, pero no fue ella la que me llevó a la parte oscura de mi
alma, fui yo misma, reteniéndome, sujetando mis ansias de libertad, mi deseo de
volar.
Mi
obsesión, por tener mis sentimientos más profundos bien encerraditos en una
caja, impedía a mi alma liberarse y por eso no podía ser feliz.
La
vida, al final, no es más que una sucesión de acontecimientos que nos
condicionan, la manera de pasar por ellos es lo que nos hace diferentes,
distintos entre nosotros.
Sabes,
mi amor, últimamente he pensado mucho en nosotros, en el pasado, en el futuro,
incluso me he planteado si cambiaría alguna de las decisiones tomadas a lo
largo de mi vida…
-
Yo no cambiaría nada. – Héctor me miró con sus imposibles ojos azules. – Y tú
no deberías tampoco, al fin y al cabo, la persona que eres ahora es la mujer de
la que me enamoré. Tienes más cicatrices en tu alma y por eso te quiero. Tú no
eres una muñeca perfecta, eres una muñeca rota, con un zurcido en el pecho,
alguien que ha luchado para mantenerse viva, alguien que ha luchado contra sí
misma y se ha rebelado contra el destino.
La
vida, al fin, es de aquellas personas que luchan por ella, no de las que
reciben todo hecho, no de quienes no necesitan llorar. Las lágrimas son las que
riegan la tierra, las que nos mantienen a flote, sin ellas, sin esos
sentimientos, sin esa frustración, seríamos un títere más en este baile de
máscaras que es la vida.
-
¡Vaya! – Exclamé y lo miré detenidamente. – Nunca lo había visto así, no lo
había pensado de esa manera, así que hay un pequeño filósofo en tu interior… -
Le dije y lo besé. – Hay rincones de ti que nunca vislumbré.
-
Me mirabas, pero no me veías. – Héctor sonrió de forma extraña. – Llegué a
pensar que nunca lo harías, por eso estaba de tan malhumor cuando discutimos la
otra vez, una parte de mí ya había perdido la esperanza de recuperarte.
-
Lo siento, estaba agarrándome al pasado, pero eso ya no volverá a ocurrir. ¿Qué
tal si me esperas en la cocina mientras termino de arreglarme?
-
De acuerdo. – Héctor me dedicó una sonrisa dulce y fue hacia mi cocina. En ese
momento yo aproveché para ir a mi dormitorio y terminar de arreglarme. Las
palabras de Héctor me hicieron reflexionar, una vez más, sobre cómo había
llegado hasta aquí y sobre lo que Dariel me había dicho. Decidí hacer la misma
pregunta a todos mis seres queridos.
Fui
a la cocina. Héctor estaba sentado en una silla, su rostro estaba relajado y tenía
una sonrisa traviesa.
-
¡Lista! – Dije. - ¿Nos vamos?
-
Claro. – Se incorporó, y salimos de mi
casa.
Esa
noche, al volver, me acurruqué en mi sofá favorito y me quedé dormida sin
apenas darme cuenta. Sentí una presencia cálida, abrí los ojos y mi ángel
estaba sentado a mi lado, envolviendo mi cuerpo con sus enormes alas de color
perla.
-
No quería despertarte. – Susurró.
-
No importa.
Dime,
¿añoras esto? – Le pregunté.
-
¿Qué?
-
La vida, la gente que conociste, la gente que amaste antes de convertirte en
ángel de la guarda.
-
En ocasiones. – Dariel me contempló con sus insondables ojos verdes.
-
No debe ser fácil.- Aseguré.
-
Es agradable ser ángel, es un oficio respetable. Antes de mi fallecimiento, la
verdad, no pensaba demasiado en la vida del Más Allá, me ocupaba de mis asuntos
y trataba de esquivar a la muerte todos los días.
-
Pero ella te cogió…
-
Sí, justo cuando empezaba a creer que había encontrado mi sitio. – Dariel se
aproximó más a mí, me cogió en brazos y después me envolvió en sus alas.
-
No es justo…
-
Solía pensar lo mismo, pero… quizás todo ocurrió por una razón.
-
¿Qué sentiste al morir?
-
No puedo recordarlo.
-
¿Fue doloroso?
-
Probablemente.
-
¿Qué recuerdas de ese día?
-
El sol en mis mejillas, el perfume de las primaveras en el aire y la sonrisa de
la persona que amaba. Después vacío, soledad y miedo, temor a haber perdido la
oportunidad de decirle lo importante que era para mí.
-
Creo que lo sabía.
-
Es posible.- Dariel apoyó su rostro en mi hombro. – Si tuviera la oportunidad
de volver a vivir, estoy convencido de que volvería a enamorarme de esa misma
mujer.
-
¿Por qué nos aferramos al pasado?
-
Es más fácil, mucho más que vivir el presente.
Es hora de decir adiós, ¿no te parece?
-
Es pronto.
-
Es demasiado tarde, si retienes esa imagen en tu mente no podrás nunca volver a
ser feliz.
-
Necesito un poco de tiempo.
-
Héctor te hace feliz.
-
Tú también me hacías feliz.
-
Pero yo no voy a volver, estoy muerto, Dany.
-
Eres un ángel.
-
Soy lo que soy, no cambia la situación. Estoy muerto y tú estás viva.
-
Una parte de mí siente que está siendo infiel…
-
No lo eres.
-
¿Qué tengo que hacer, Darío?
-
Seguir adelante.
-
Pero, ¿y tú?
-
Yo siempre estaré cerca, cuidándote.
-
¿Y si no es suficiente?
-
Me bastará.
-
Tal vez a mí no.
-
Debes dejar el pasado atrás, es sólo lastre.
-
Pero… ¿y si me equivoco? ¿y si le hago daño a Héctor?¿y si te lo hago a ti?
-
Tienes que liberarme, Dany.
-
No puedo, estás prendido en mi alma.
-
Y tú en la mía, amor mío. – Susurró.- No quiero dejarte marchar, pero si no te
libero ahora, nunca podrás ser feliz.
-
La felicidad me da miedo, es demasiado frágil y efímera.
-
Si no te arriesgas a vivir al límite, entonces estás desperdiciando tu valiosa
vida.
-
Mi vida no me pertenece, es tuya, tú me la diste.
-
Nunca ha sido mía. – Dariel me acarició la mejilla.- Te doy una semana para
decidir, piénsalo bien.
Dariel
desapareció de mi casa, dejándome con una profunda congoja en el corazón. Él
había sido todo mi mundo y, por primera vez en trece años, estaba pensando en
dar un salto de fe, arriesgarme a vivir la vida y disfrutarla a tope. Con este
pensamiento me incorporé del sofá, al hacerlo una hermosa pluma de color perla
cayó en mi mano y tuve el impulso de besarla. La llevé al dormitorio y la metí
en el cajón donde tenía la única foto de Darío que poseía.
Capítulo 5
A
la mañana siguiente me desperté con sensación de resaca, aunque no había bebido
ni una sola copa la noche anterior. El tiempo con Héctor me empezaba a parecer
un sueño hecho realidad, con él estaba viviendo cosas que nunca había tenido la
oportunidad de vivir con Darío.
Recordé
a Darío y pensé en su nuevo aspecto, con unas alas que siempre había debido
tener desde mi punto de vista. Él me había salvado, para mí ya era un ángel
mucho antes de tener ese par color perla.
Me
incorporé de la cama, desde la distancia no me arrepentía de ninguna de las
decisiones de mi vida. Quizás algunas de ellas resultaron equivocadas en su
momento, pero Héctor tenía razón, yo era la persona actual debido a esas
elecciones en el camino.
Tal
vez Miguel había sido una parte muy oscura de mi pasado, pero después de todo,
habíamos sido felices durante un tiempo, no era responsable de sí mismo en el
momento en que me agredió, estaba enfermo.
Justo un momento después de tener ese pensamiento, tuve una revelación,
debía ir a verlo. Tenía que enfrentarme cara a cara con él, explicarle cómo me
había sentido y perdonarle. Era médico, la Medicina me había enseñado que las
personas con graves problemas psiquiátricos, no eran locos, sólo enfermos con
desórdenes de diverso tipo, capaces de destruir su vida y la de los demás.
La idea,
al principio me aterró porque él era el responsable de todo lo malo, sin
embargo, tenía treinta años y era hora de dar un paso adelante. Le había
prometido a Héctor que dejaría de aferrarme al pasado y eso haría.
Dariel, espero que estés
cerca de mí en ese momento.- Recé para mis adentros, después me levanté, me
duché, me puse cualquier prenda de mi armario y me encaminé hacia el
psiquiátrico donde Miguel estaba encerrado. En el trayecto desde mi casa no
recordé el momento en el cual había atravesado mi cuerpo con un cuchillo de
cocina, sino en cómo era antes de todo lo malo. Antes de volverse posesivo y
peligroso, antes de que la esquizofrenia lo alcanzase. Lo había amado
desesperadamente, como nunca antes me había atrevido a hacer y, aunque después
conocí a Darío y mi perspectiva del amor cambió radicalmente, Miguel siempre
sería mi primer amor y eso, ni siquiera un cuchillo de carnicero, sería capaz
de arrebatármelo.
Al
llegar al lugar me estremecí. Tras esos muros se encontraba mi peor pesadilla y
yo había decidido ir a enfrentarme con ella sin ningún tipo de protección, sin
ningún amuleto contra los malos espíritus o contra los fantasmas del pasado. Mi
historia se había escrito con sangre y, ahora, iba a su encuentro.
Al
entrar me dirigí al ascensor y pulsé el botón de la tercera planta. No
necesitaba preguntar en qué habitación estaba, siempre lo había sabido, desde
el instante mismo en que lo habían encerrado en ese cuarto. El ascensor se
detuvo, me acerqué al mostrador de enfermería y vi a un par de enfermeras
cuchicheando.
-
Hola, venía a ver a un paciente. – Dije, ellas me observaron como si fuera un
insecto molesto.
-
¿A quién?
-
Miguel Abril. – Conseguí decir el nombre sin que temblara entre mis labios, las
dos me contemplaron con curiosidad, y, sin ningún tipo de disimulo observaron
la cicatriz que iba desde mi clavícula hasta la parte dónde empezaba mi escote.
Sus rostros se volvieron blancos y me contemplaron como si fuese un fantasma.
Imagino que, en ese momento, eso debía parecer.
-
No sé si… - Empezó una. – Debería entrar usted ahí.
-
No tiene ningún cuchillo de cocina a mano, así que imagino que no habrá
problema.- Contesté con humor ácido. – He tardado años en tomar esta decisión y
agradecería que me indicasen dónde queda la habitación trescientos doce.
-
En el pasillo de la izquierda, la tercera. – Respondió la otra. - ¿Quiere usted
que la acompañe? – Me preguntó, agradecí su gesto, pero si iba a dejar de
pensar en el pasado debía hacer eso por mí misma.
-
No es necesario, gracias. – Me alejé de la recepción, mis pasos me llevaron al
pasillo izquierdo, mi corazón comenzó a temblar, sentí un dolor agudo en mi
pecho, pero no me preocupé. Mi corazón estaba perfectamente bien, sólo se
trataba de un ataque de pánico monumental.
No
había sufrido uno así desde hacía muchísimos años.
Vi
el rótulo de la puerta, golpee y su voz me invitó a pasar. Me persigné, por
primera vez en siglos, y di un paso hacia adelante.
Abrí
la puerta y la cerré, después lo miré por un instante. Él me contempló como si
fuese un fantasma y vi cómo su dedo buscaba el timbre de llamar a la enfermera.
-
No soy una alucinación, Miguel.
-
Eres un fantasma del pasado. – Aseguró y su mirada se clavó en la mía. – No
eres real.
-
Soy tan real como tú. – Caminé hacia él y le toqué la mano.
-
Pareces real.
-
Te lo he dicho, soy de carne y hueso. – Insistí.
-
¿Por qué ibas a venir a verme?
-
No lo sé. – Respondí.- Me desperté esta mañana y tuve el impulso de venir.
-
Siempre fuiste muy impulsiva, eso me encantaba de ti. – Susurró y una mirada
nostálgica se dibujó en su rostro.
-
Ya no lo soy. – Contesté y me senté en una silla que había a unos metros de
distancia de la suya.
-
Lo siento.
-
Me jodiste la vida.
-
Lo sé.
-
Durante años tuve pesadillas atroces, en ellas tú acababas lo que habías
empezado.
-
Lo imagino.
-
Te he odiado todos los días desde ese.
-
Es normal.
-
Me cambiaste.
-
Sí.
-
Ahora soy alguien diferente, estoy rota.
-
Tú no estás rota. – Aseguró y se giró hacia mí, pues durante todo ese tiempo
había evitado mirarme.- ¡Dios, sigues siendo perfecta… me duele mirarte!
-
Me rompiste, hiciste trizas mi corazón y mi cuerpo.
-
Cada día de mi vida revivo ese instante en mi mente, el modo en el cual no
podía controlarme y me odio por lo que te hice, lo siento, pero no puedo
cambiar el pasado, no puedo elegir quién soy.
-
En realidad no he venido a reprocharte nada, pero al verte no he podido
evitarlo.
-
Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarme a ti, sólo que no sé si
estoy preparado.
-
Yo creía que tampoco lo estaba. – Cogí la silla y me acerqué a él. – Mi vida es
diferente ahora, comprendo perfectamente que no eras responsable de tus actos.
¿Quieres
saber lo que he hecho estos años?
-
Me gustaría.
-
Empezaré por ese día.
Al
principio me dolió muchísimo el primer golpe, cuando se clavó en mi clavícula,
después el dolor fue tan espantoso que mi cerebro se negó a reconocerlo y caí
inconsciente. Llegué al hospital muy mal, había perdido muchísima sangre y mi
cuerpo era un amasijo destrozado. Pulmón, intestinos, por fortuna la caja
torácica impidió que llegase a mi corazón y por eso no llegué a morirme. La
mayoría de los médicos me dieron por perdida, estaba seriamente dañada, me
sometieron a muchísimas horas de cirugía, dijeron a mis padres que se
prepararan para lo peor. Sin embargo, un doctor apostó por mí y siguió
operándome horas después de que la mayoría de sus compañeros se hubieran
rendido. Al despertarme todo me
resultaba extraño, mi propio cuerpo no me parecía mío, vi la cicatriz y, por un
instante, pensé en que hubiera sido mejor morirme porque, ¿quién iba a
enamorarse de alguien con una cicatriz tan fea?
Los
primeros días fueron muy extraños. Todo el mundo se movía a mi alrededor como
si fuese un bicho raro, los médicos y las enfermeras susurraban en los pasillos
sobre mi situación y yo no comprendía por qué razón hablaban tanto de mí.
¿Era
por mi horrible cicatriz?
Un
día, una de las enfermeras, Berta, me trajo una enorme caja de bombones y me sonrió. Me
sorprendió mucho, pues nadie me había sonreído en ese hospital, todos me
miraban como si fuese un espécimen rarísimo. La enfermera se convirtió muy
pronto en mi amiga. Por fin decidí a preguntarle la razón por la cual hablaban
tanto de mí y ella me respondió que yo era un milagro.
¡Figúrate,
un milagro!
Después
me explicó mi recuperación, me contó cómo todos los médicos me habían dado por
muerta y me habló de Darío Pardo. La primera vez que oí ese nombre me
estremecí, yo había estado muerta un par de minutos y esa persona me había
traído de vuelta.
Su
nombre significó todo para mí, un nuevo principio, una nueva oportunidad. Pregunte a Berta si me podía decir quién era Darío Pardo y ella me contestó que era
el doctor que me atendía. Al principio, lo reconozco, me costó creer que el
médico que me llevaba fuera ese Doctor milagro. En fin, no tenía más de
veintisiete años y parecía muy joven para ser tan bueno.
A
la mañana siguiente, cuando entró por la puerta lo miré y las lágrimas se me
saltaron. Él se acercó a mí gentilmente y me limpió la cara, me dijo que todo
había pasado y me sentí tan agradecida, que lloré todavía más. Sacó un pañuelo
de su bata y me lo tendió, por primera vez lo miré. Siempre lo había mirado,
sin verlo, pero ese día pude contemplarlo.
Tenía
los ojos verdes y el pelo negro. Su rostro parecía hablar de alegría, de
esperanza, de ilusiones y me enamoré locamente. No tenía grandes esperanzas de
gustarle, él era un médico muy atractivo, diez años mayor que yo y, sin duda,
alguna afortunada mujer sería su mujer. Estuve en el hospital bastante tiempo
y, no sé cómo, o por qué, pero ocurrió un milagro y ese maravilloso hombre se
enamoró de mí.
¿Te
lo imaginas?
Yo
estaba rota, tenía una horrible cicatriz en mi cuerpo y él me quería. Fue
maravilloso, sentí que podría ser feliz a su lado. Durante un mes tuvimos una
relación, secreta, un médico no puede confraternizar de ese modo con un
paciente, pero a nosotros eso no nos importaba. Nos amábamos, éramos felices y
eso era lo único importante.
Dos
días antes de que me dieran el alta, mi amiga enfermera me visitó, ella sabía
lo mío con Darío, de hecho, había sido ella quién nos había animado a seguir
adelante con nuestra historia, para ella, nosotros juntos representábamos el milagro de la vida. Supe
al instante que algo había ocurrido, sus ojos la delataron. Me contó que Darío había tenido un accidente,
un borracho había chocado contra él y murió al instante. En ese momento, el
mundo se terminó para mí. Darío estaba muerto, yo estaba viva y la vida ya no
tenía ningún sentido.
Durante
mucho tiempo no fui capaz de sonreír de nuevo, estaba atrapada en esa parte de
mi pasado, me aferraba a Darío como si él fuera la única razón de mi
existencia. No conseguía hacer amigos de verdad y no era capaz de integrarme en
la vida normal.
Una
parte de mí se sentía en deuda con Darío y, después de pensarlo mucho, decidí
estudiar Medicina. Ya sabes que yo siempre quise ser informática, pero de algún
modo creí que si salvaba a personas, acabaría pagando la deuda que tenía con
Darío porque estaba convencida de que a él le habría encantado que yo fuese
Doctora. Así que, cuando recuperé las ganas de estudiar, me puse las pilas y me
preparé a conciencia para ser Médico.
Me
centré mucho en los estudios y justo ese primer año conocí a Héctor. – Busqué
en mi bolso mi móvil y le enseñé a
Miguel una foto de Héctor. – Es un hombre increíble, siempre ha estado a mi
lado, ha sido mi amigo, mi confidente, mi respaldo y, al final, acabamos
saliendo juntos.
He
tardado muchísimo tiempo en aceptarlo, quiero decir, estaba con él, pero
realmente no lo estaba. Mi mente siempre buscaba a Darío, mis recuerdos estaban
imbuidos de él y hasta hace un par de semanas no he sido capaz de abrirle del
todo mi corazón. Ahora estamos teniendo la relación que me hubiera gustado
tener desde el principio, él no se queja, sin embargo yo me siento un poco
responsable de la situación y, a veces, todavía me escondo en mi pasado. Creo
que me da miedo vivir. – Reconocí y lo observé. Miguel me dedicó una hermosa
sonrisa que hacía más de quince años que no veía.
-
Daniela, eres un caso perdido. – Se levantó, después caminó hacia el otro
extremo de la habitación y se giró hacia mí. – Es hora de que vivas y salgas de
tu caparazón. No conozco a Héctor, no conocí a Darío, pero llevas aquí un buen
rato, te he observado y cuando hablas de Héctor te iluminas.
Él te hace feliz, es obvio, debe ser un hombre
magnífico. Tú dices que Darío lo significó todo para ti, no lo dudo, pero no
fue él quien sanó tu corazón. Llevo aquí muchos años encerrado y, por primera
vez, has venido a verme. Se necesita mucho valor para hacerlo, se necesita
mucha fuerza y es ahora cuando la has encontrado, no con Darío por más que lo
hubieses amado con todo tu corazón.
- Creo que tienes razón. – Confesé.
-
Comprendo por qué has venido a verme; has venido a cerrar tu pasado.
-
Es verdad.
-
No soy la persona más apropiada para dar consejos porque estoy loco.
-
No estás loco, tienes una enfermedad.
-
Viene a ser lo mismo, no trates de dulcificarlo, sé lo que soy. Un
esquizofrénico paranoide. Escúchame, Daniela, no he sido bueno para ti, en
realidad para nadie. Viéndote ahora, me doy cuenta de lo que he influido en tu
vida y no para bien.
Por
esa razón, hazme un favor.
Sé
feliz con Héctor y no vuelvas a verme, soy la peor parte de ti. Es hora de que
me cierres con un candado y no vuelvas la vista atrás.
La vida es corta, nuestro reto es vivirla al
límite.
-
Suenas tan coherente… - Susurré y él me dedicó una sonrisa burlona.
-
Para ser un loco.
-
Para ser un loco. – Admití. – Te perdono.
-
Gracias. – Miguel me señaló la puerta. – Te debes ir.
-
Lo sé.
-
Siento lo que te hice.
-
Yo empiezo a pensar que gracias a eso soy la persona valiente de hoy en día, no
me interpretes mal, hubiera preferido que no hubiera pasado, pero quizás tenga
razón Héctor y las personas que lloran son quienes riegan la Tierra.
-
¿Eso dice?
Sin
duda es un gran tío, te hará feliz.
-
Lo sé. – Concluí, después me levanté de la silla, cogí mis cosas y salí de la
habitación, dejando atrás mi pasado.
En
mi vida, el marcador volvía a estar a cero.